Estaba acabando el año cuando Pitágoras lo decidió: tomaría el ferry hacia Mileto. Por fin conocería al viejo Tales. El día de nochevieja, éste reunió a todos sus discípulos para presentarles al joven sabio heleno. Brindaron con varias botellitas de ouzo que el griego había colado sin declarar en la aduana del puerto. "Por el nuevo año 546 antes de Cristo", corearon todos, ciertamente alegres.
Pitágoras, sorprendido, comentó que no sabía quién era ese tal Cristo, que cómo podían numerar sus años con aquella insólita ucronía. Tales, que era muy, pero que muy sabio, le dijo “cómo se nota que no eres de Letras, Pitagorín”. Y se durmio sobre el último sofá de Ikea, ebrio cual tonel de Diógenes.
Al despertar, vio que Pitágoras estaba sentado junto a él, echando números. “¿Y si eligiéramos como año cero la fecha en que se celebraron las primeras Olimpiadas?", dicen que dijo el de Samos.
Su auditorio, la mayor parte de origen turco, protestó enfurecido. “Griego de mierda, go home, a ver si te enteras que nuestro kebab fue anterior a vuestro soulaki.”
Al ver que el asunto se ponía feo, intentó calmar los ánimos con un poco de humor, enunciando su famoso teorema. "Esperad, saben aquél que diu que en un triángulo rectángulo, el cuadrado de la hipotenusa...” pero no pudo terminar de explicarlo. Un discípulo aventajado de Tales, exaltadísimo, le acusó de plagio. “Eso ya lo ha demostrado mi maestro en su segundo teorema. Te voy a denunciar a la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual”.
Pitágoras, prudentemente, se retiró hacia la ventana, tomó el móvil y reservó una plaza para el siguiente vuelo a Atenas.
Ya en el aeropuerto, desde la escalerilla del avión, se volvió hacia la futura ciudad en ruinas y pronunció otra de sus grandes aportaciones a la filosofía de la Humanidad entera: “Están locos estos otomanos”, años más tarde plagiada por Obélix el galo, terror de jabalíes y centurias, en su tosco y rudimentario idioma prerromano: “C'est qu'ils sont fous, ces romains”.
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