Siempre me he declarado un optimista y amante de la vida, aunque a veces duela. Pero de vez en cuando vuelven a mi mente escenas como ésta, donde la cara del terror y del mal es tan evidente. La niña, Kim, no iba desnuda por la carretera; el napalm, un arma química de efectos incendiarios mucho más duraderos que la gasolina, disolvió su ropa en segundos. Y me avergüenzo del ser humano. Y me entristezco.
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